ALGUIEN CON QUIEN HABLAR

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Focus Jivamukti del mes – Diciembre 2016

Sting, la estrella de rock de renombre internacional que da cientos de conciertos al año, una vez me dijo: «los espectáculos me salen mejor cuando entre el público hay algún conocido al que aprecio. Es algo normal, ¿no crees?». Creo que está en lo cierto: es normal. Resulta complicado entablar comunicación con un auditorio vacío o con un auditorio repleto de caras desencajadas o indiferentes. Por lo general, quienes llevan una vida solitaria no tienen demasiadas oportunidades de crecer a nivel personal. Hay quienes insisten en que no necesitan a nadie y aseguran que así están bien. Bueno, ¿qué decir al respecto? Quizá determinadas personas prefieran no relacionarse con nada o mantener un trato impersonal, pero para la mayoría, el desarrollo de las habilidades, la inteligencia, las emociones y la consciencia espiritual depende de la gente con la que nos relacionamos. Un artista que sube al escenario y se enfrenta a un mar de caras extrañas, o una profesora frente a un aula repleta de desconocidos, hará todo lo posible por encontrar a una persona a la que dirigirse. Esa persona puede ser alguien a quien se imagina en la sala: alguien que esté presente en su mente o corazón. No obstante, resulta más complicado mantener un discurso prolongado con un oyente imaginario. Siempre es mejor tener enfrente a una persona de carne y hueso. Uno de mis amigos más queridos, Shyamdas, cantante de kirtan y maestro espiritual, solía decirme: «Cuando te sientas en primera fila puedo cantar y enseñar mejor, porque al ver tu cara enseguida sé cómo lo estoy haciendo, y como sé que me aprecias y no me estás buscando defectos, me animo a profundizar más».

Cualquier artista con talento te dirá que no podría haber llegado donde llegó de no haber sabido que contaba con el apoyo y el amor incondicional de por lo menos una persona de su entorno. Los grandes maestros te contarán historias similares acerca de cómo empezaron a enseñar motivados por el amor incondicional de algún adepto que siempre se sentaba cerca de ellos, ansioso por escuchar lo que el maestro tenía para contar.

Los buenos artistas y los maestros destacados están dotados del don de la comunicación. Son capaces de captar la atención del público porque son maestros de la comunicación. La persona que es buena comunicadora no sólo sabe cómo hablar, sino que también sabe escuchar, captar las reacciones ajenas y adaptar su discurso en consonancia con cada situación. Un maestro de la comunicación es un conducto canalizador que se nutre de la fuente cósmica. En otras palabras, los mejores comunicadores no son aquellos que se alaban a sí mismos y exigen ser escuchados porque lo que tienen para contar es más importante que cualquier otra cosa: de hecho, a ellos ni siquiera les interesa expresarse. Los buenos comunicadores son sirvientes, puesto que sirven al anhelo de felicidad del alma de las personas. Antes de hablar siempre se preguntan: «¿Cómo se sentirán los demás al oír mis palabras? Luego escogen cuidadosamente las palabras para que la experiencia sea lo más elevada posible.

El tiempo es precioso y no deberíamos desperdiciarlo en situaciones desagradables. Es un concepto sencillo, pero a menudo difícil de ponerlo en práctica. Cuando asistas a una actuación o conferencia, si deseas sacar el mayor partido de ella, tu labor como miembro del público consiste en poner toda tu atención y atender a cada palabra y cada matiz. 

No seas petulante ni actúes como un observador pasivo que se sienta entre el público esperando a que lo entretengan. En lugar de ello, conviértete en el titiritero que mueve los hilos. Si quieres una experiencia valiosa, deberías participar activamente para lograr que así sea. Proyecta amor y apoyo hacia la persona que tienes enfrente. Ve en ella a un ser sagrado, inteligente y profundo. Reconoce que tienes ese poder, porque llevas el poder del amor en tu corazón: el poder divino del amor es nuestra verdadera naturaleza, la naturaleza del atman, el alma.

Todo es Dios, no existe nada más allá de Dios, y todo proviene de Dios. La felicidad que sentimos en este mundo material es el reflejo de la felicidad divina. El amor es el elixir mágico que tiene el poder de extraer la esencia más dulce de nuestro corazón. Dios es Amor. Dios es el único y verdadero hacedor. La naturaleza de Dios está repleta de felicidad. Él atrae amor y es atraído por el amor. Dios ama a quienes aman a Dios. Él disfruta de la compañía de sus bhaktas (devotos que aman a Dios), porque sus bhaktas reconocen su felicidad. La atracción que los bhaktas sienten hacia Dios puede hacer que la felicidad divina del cuerpo cósmico se expanda hasta llegar a fundirse con la felicidad del corazón de los devotos, creando así una experiencia de plena y absoluta felicidad. Que todas nuestras experiencias y relaciones con los demás se transformen mágicamente en instantes de felicidad plena, mediante la proyección del poder del amor interior hacia el exterior. La magia, al fin y al cabo, es un cambio de percepción que está latente en nuestro interior a la espera de hacerse realidad.

—Sharon Gannon

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